En tiempo de crisis, lo más lógico, es aprender y adaptarte. Lo estamos viendo en la Naturaleza con el calentamiento global. La vida, por encima de todo, hay que preservarla: aún a costa de la posibilidad de perderla como ocurre con la floración de los almendros en enero… Se cambian los patrones de migración de las aves, los lugares de nidación se alteran por la falta de humedales: para ser una entidad tan etérea en su conciencia, tiene capacidad de mutar, de adecuarse a las nuevas circunstancias.

Y, como siempre se ha dicho, tenemos que mirar la Naturaleza y darnos cuenta de cómo podemos evolucionar, ajustarnos al tiempo que vivimos…

Pero no deja de ser interesante que aprendimos a trabajar adaptándonos a las estaciones. Otoño, principio de curso; Invierno, Navidades… Verano, vacaciones. Pero lo que clama verdaderamente al cielo, literalmente, es seguir operando de la misma manera, como si las personas y las circunstancias fueran las mismas. Y recuerdo las palabras del cantor “que un mundo cruel se salva con una homilía fuera del guion”. Me parece maravillosamente ingenuo que aún se crea que una homilía pueda cambiar algo que no ha cambiado con las últimas treinta hermanas gemelas de la primera.

“Sangre que no se desborda” era el principio de otra letra que me parece pertinente traer a la palestra. Si no se tienen recursos, se buscan, se pide ayuda. Si hay herramientas poderosas, hagamos uso de ellas. Pero no permitamos que las fuerzas exiguas que tenemos condicionen una labor tan monumental.

Devolver la Esperanza, la alegría de la Primavera a cada palabra del Evangelio, buena noticia resucitadora de huesos secos pues, tras el estío y el otoño, el frío del invierno, a pesar de todo, vuelven las flores.