No. Hoy no ejerceré de Bruja Lola. No voy a hablar del horóscopo. Aunque sí puedo decir que me sorprende que alguien pueda creer que, de una forma absolutamente personalizada y teniendo en cuenta la posición de los astros, nuestra vida pueda ser influida por los celestes cuerpos sin que nosotros podamos hacer nada por remediarlo.
Al caso. En un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí me acuerdo, el Real de San Vicente, estábamos haciendo una ruta en la que supe de la existencia de varios neveros gestionados por un monasterio de Carmelitas Calzados, nos lo dijeron por lo menos cuatro veces; vi cómo las zarzas se pueden apoderar de cualquier espacio que le dejen y de lo buenas que están las moras. Visitamos ruinas árabes y lugares donde la tradición sitúa a los santos mártires de Talavera. Todo muy granítico y con unas vistas excepcionales.
Ya íbamos de recogida cuando pasamos por un paraje donde había Jaras. Y, como un fruto, aparecía pegada una mascarilla entre las hojas. No sabía yo que las Jaras dieran mascarillas, pero bueno…
Y llegamos al principio: Cáncer. Una célula que, por acción de lo que sea, decide ir por libre y funcionar fuera de las normas que rigen al resto del universo celular. Generando con ello una desazón muy grande en el medio y un nombre horrible terminado en -oma. La cosa es que todo empieza con una disfunción.
Y es disfunción el que alguien crea que una mascarilla puede ser abandonada en medio del monte para solaz y esparcimiento de los grillos. Y sólo hace falta un paso para iniciar un camino. Si cada uno cuida el entorno como si lo amara, probablemente, esa mascarilla, habría aparecido en un contenedor con las gomillas seccionadas, para no afectar a las aves y esas cosas que vemos en redes. Así: si no queremos, por simpatía, abandonar más mascarillas al lado de la solitaria que acompaña al presente texto, creando una comunidad de mascarillas haciendo trekking, hagamos las cosas bien. Amemos al medio ambiente como nos queremos. Y espero que nos queramos porque, si no es así…