Ahora que estamos en esta corriente que reconsidera hechos pretéritos desde la perspectiva actual, revisionista y tendenciosa por parte de algunos, me llega la noticia, con grandes báneres, de que Galileo no dijo esa frase cuando la historia dice que la dijo. ¡Cachis! Me van a quitar la fe.

Y de la fe se trata, por supuesto; la validez de la frase es patente. No me importa si la dijo o la dejó de decir. El asunto es que muestra la voluntad de defender algo con uñas y dientes, sabiendo que era verdad, en contra de normas y costumbres del momento.

Ayer me enseñaron una talla, de estilo románico, de la virgen con el niño. Me dijeron que era la patrona de un lugar y, la verdad, me resultó complicado reconocerla pues no tenía el manto, la corona y todos los adornos que asocio a la mencionada virgen.

Y es que, bajo todo el oropel, hay una mujer valiente, que alienta desde la humildad escondida bajo los intentos de esconderla tras oro y plata. Como el mensaje de Jesús está detrás de toda la liturgia que pretende contextualizarlo en un mundo que no comprende el código que subyace bajo la puesta en escena que aún hoy existe.

Y no me quita la Fe el que la virgen sea una talla bizantina del siglo X, ni que no se revista de morado el altar: es un modo de expresión bajo el que se mueve la verdadera, en verdad, intención de comunicar un mensaje feliz.

Sin embargo, se mueve. Por supuesto que se mueve. A pesar de las muchas visiones particulares que pretenden monopolizar o ahogar la Buena Nueva de Jesús, bajo todo el ruido, aletea el Espíritu que da vida y no entiende de bandos sino que comunica, comprensiblemente, la Esperanza.