¿Qué te parece si creamos situaciones que nos hagan ilusión? Si: ilusión. Eso que se pierde con la edad, el colesterol y que, se supone, se vitaliza con el Bótox y el gimnasio. Cuando hablo de esto, a la peña se le encienden los ojos y se les dibuja una sonrisa, casi burlona; es como mirar por un agujerito al que sabes que no puedes acceder, a leer libros que te han dicho que son para mayores, a saltar encima de un charco con los zapatos de los domingos, a jugar con el que da problemas cuando el problema era que no se jugaba con él…

Y la ilusión y su consecución parirán recuerdos que serán fertilizante de nuevos amaneceres: posibilidad de conectar de una forma que, hasta entonces, nos parecía imposible: con nuestros hijos, alumnos, vecinos y barrenderos: panaderos, electricistas y técnicos de fibra óptica…

¿Dónde está la fuente de la ilusión? Allí donde terminan las certezas y comienzan la Fe y la Esperanza. Donde quedó nuestro hombre viejo,  cansado de consignas y fiestas de guardar, de pretéritos milagros, de imágenes de santos apolilladas…

Siempre he pensado que el infierno es haber podido y no haberlo hecho. Lo modifico levemente y creo que el infierno es perder la ilusión, porque no es como el tiempo: si pierdes tiempo, no se recupera; pero, la ilusión, siempre te está esperando en una esquina, agazapada para saltar sobre tu ánimo y tu inocencia y susurrarte que se puede.