Cuando tener pecados es la medida de las cosas… Cuando ves que hay honestidad, incuestionable, pero adviertes que no hay verdad: aquella verdad que hace que el desnudo sea un outfit adecuado porque no hay nada que esconder. Cuando la mediocridad de moda es la que marca los parámetros de calidad…

Si lo bueno es enemigo de lo mejor, ¿qué elijo? Uno de los dos, ¿no? Entonces por qué parece que elegir el mal menor es una opción interesante cuando ni por asomo barrunta la belleza de lo bueno, la antesala de lo mejor.

Denunciar, descarnadamente, sin ambages, que no soy fiel como quisiera. Exponer mis errores y mis sueños sin miedo parece que no es una buena política. Y, sin embargo, parece ser también una buena manera de comenzar: de reiniciar el sistema, de recomenzar…

Abandonar todas aquellas costumbres que, por costumbre, fueron minando mi ilusión, para acomodarme en la tibieza: ese lugar desde el que se me escupe, pues no soy ni frío ni caliente. Mirar hacia delante pues no hay pasado que merezca ser recordado si no me pone en la picota por la indignación que produce haber planteado, diseñado y abandonado el buen plan del Evangelio.

Y es que el plan del Evangelio me exhorta a vivir conforme a sus reglas. Pero no me priva de los errores: aquellos que, cual espejos, me devuelven mi mediocridad y me animan a ser mejor. Mejor hoy.

Mañana, ya veremos…