Esto era una vez que un país quiso entrar en guerra con otro país. A partir de ahora, al agresor lo llamaré 1 y al agredido, 2. La excusa de 1 para agredir a 2 era que 2 suponía una amenaza para 1 y que su población estaba en serio peligro. 2, de ningún modo podía ser una amenaza, pero, ante la posibilidad de una escalada bélica, se preparó para la guerra. 1 decía quererlo para que sus nacionales estuvieran mejor, vivieran felices… pero, tras un año de guerra, los nacionales de 1 seguían viviendo igual que antes de la guerra. Bueno: en realidad, estaban peor porque había familias que habían perdido algún miembro en el frente. Los caídos se publicitaban como héroes, pero eran muertos: sólo muertos innecesarios que no volverían a sus casas a recibir el abrazo de los suyos. Las madres se abrazaban a las fotos y a las medallas concedidas a título póstumo. Y pasaba lo mismo en 2.

Y me dirás que el argumento y el desarrollo del presente texto te suenan, ¿verdad? Pero es que, a todas las generaciones desde que Caín mató a Abel, 1 y 2 se enzarzan en estúpidas confrontaciones fratricidas. Siempre con el mismo resultado. Muertos a un lado y a otro, destrucción por doquiera que mires y no hay un solo avance en la necesaria abolición de la guerra como solución a ningún problema de pueblo alguno ni conflicto.

Ficticias las bondades de la reducción demográfica a base de explosiones, mentirosos los escribanos, relatores de unas victorias que no significarán bondad alguna. Gozo y placer de los fabricantes de armas, amigos de quienes provocan las guerras pues van a comisión.

Para ser la especie más inteligente, somos la que menos aprende.

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:

«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: «¡Quédate hermano!»

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre;

echóse a andar…

Masa. César Vallejo.