Vas por la calle y ves cómo un señor que pasa conduciendo abre la ventanilla y tira un paquete vacío de cigarrillos: o unos pañuelos; o, al pararse, abre la puerta y vacía el cenicero sobre la calzada. A todas luces es algo poco cívico. Pero sabes que no puedes hacer nada. Ni decirle nada porque es libre para hacer lo que le parezca. “La calle, ¿no es de todos? Para eso están los barrenderos, que cobran por barrer”. Es posible que hayáis visto madres gritando desproporcionadamente a sus hijos en los parques. Pero, cuando ves cómo se relacionan los adultos, te das cuenta que es la manera en la que se comunican habitualmente.

Patrones de conducta que son asumidos desde la cuna: no pueden ser cuestionados porque son, estructuralmente, raíces del comportamiento. No pueden ser cambiados. Y no es posible porque, si no sabes que hay alternativas, las sopesas y eliges, no hay cambio posible so pena de ruina del edificio comportamental, emocional, cultural…

Y, yendo un poquito más lejos, que siempre es más fácil hablar de los demás, soy consciente de que hay comportamientos heredados que doy por válidos que no son tan intocables. Son sólo modos, formas, envolturas que pueden ser modificadas sin especiales daños. Me voy a meter en un berenjenal pero, ¿te imaginas una eucaristía que no fuera de cuerpo presente siempre y fuera, desde fuera, una fiesta en la que la gente compartiera su vida, su realidad? Porque, la liturgia, ha de vertebrar una vida y no ser cal viva para el día a día de quienes quieren compartir en la casa de todos. Más aún: Apartar las tradiciones que, por serlo, se han fundido con lo que denominamos fe. La fe no tiene nada que ver con multitud de costumbres y actos que lo son de piedad, pero que nada tienen que ver con el Evangelio de Jesús: ese en el que tocaba a los leprosos, resucitaba los muertos y daba de comer a miles.

¿De verdad te atreverías a recoger los papeles que un viandante va tirando mientras camina? Porque, es posible que no sepa hacer otra cosa; pero tú: tú si sabes algo distinto: has sentido la dulzura del Amor de Dios en multitud de pequeños detalles. Es imposible que una sola persona pueda cambiar un país, una región, un barrio… pero un fósforo, en medio de la negra noche, es reconocible. Y puede ser inicio del incendio que está por venir, que está llegando, que calienta tu corazón. ¿Te atreverías?