Los almendros florecen en febrero; las yemas de los frutales se congelan. Hemos pasado un marzo que parecía mayo. Los incendios de hoy se parecen mucho a los de julio…

Yo no sé si será el cambio climático una maldición sobrevenida por nuestros muchos pecados o una oportunidad. Parece una salvajada para todos aquellos que padecen sus consecuencias, pero me ha dado por pensar que no hay cuchara, como se decía en Mátrix.

El devenir de las estaciones, de las sequías y riadas, de las migraciones de las golondrinas y cigüeñas, nos anunciaban el paso de las hojas en el libro del año.

Y parecía que, la anual cadencia, anunciaba la posible esperanza. Pero no es así. Ya no. La melodía no tiene compás;

Es por ello que pensaba que la Esperanza estaba en la banda del campo esperando a entrar y jugar su mejor partido. Pero, ni hay tiempos muertos, ni cambio de campos en este juego en el que los actores se han hecho espectadores para, contemplar el suicidio de la humanidad y lamentar los paraísos perdidos.

Atendiendo a este cúmulo de evidencias, propongo que dejemos de fiar nuestra suerte a la música, muda ya, de las estaciones. Que no creamos que algo va a volver sino que seamos ejecutantes de la melodía de lo que es posible: de lo que, probablemente, somos artífices:

Que todos seamos camino, verdad y vida sin que esperemos a que otros lo sean; el día sea el escenario de la justicia que queremos para nosotros y las noches sean para celebrar la dicha de haberlo intentado. Denunciemos a quienes no quieren el bien para todos y los acompañemos en el duelo de la pérdida.

Ya no hay primavera, no; es el tiempo de que sea ya, en la tierra como en el cielo: sin dilación ni esperas. Con esperanza y alegría.