Lo he comentado alguna vez: ser adulto es tomar decisiones y asumir las consecuencias. Y lo traigo a colación pues, lo que me muestran las noticias, es que hay actos que afectan a gente que no son quienes deciden y que sólo benefician a ellos y sus amigos.

No soy sospechoso de ser opaco. Más bien, me guía la regla del ama de casa; esto es: lo que hay es lo que hay y no se le da más vueltas. Si a nuestro gobierno se le atraganta que sus socios han cometido delitos y no quieren que nadie pague por ellos, se ataca al poder judicial. Se argumenta que está afectando al poder legislativo. Si, por el contrario, se quiere que los jueces sean elegidos por los partidos, no hay sospecha de que la ideología contamine el poder judicial.

Como muchos más casos de los que a mí me gustaría recordar, se cuenta la feria según le va a cada uno. Pero, como siempre, los intereses partidistas están lejos de los de los votantes. El poder corrompe por igual a la derecha y a la izquierda.

No hay ninguna razón que avale un perdón, un olvido para los delitos cometidos, constatados… Quemar contenedores, violencia física y todas esas lindezas no pueden quedar en nada: ni un tirón de orejas, ni una reprimenda: estos chicos…

La consecuencia de la desmemoria es la pérdida de valores, la repetición de los errores magnificada por el tiempo transcurrido. No me importa que la gente se busque la vida: pero que sea gracias al esfuerzo, al trabajo, a la encarnación con la gente que lo pasa verdaderamente mal y no con destierros elegidos en una choza de 500 metros cuadrados.

Tarde o temprano, nuestras infidelidades se tornan caballos de Troya, nos consumen por dentro. La capacidad de tragar sapos es prodigiosa en los corruptos. Me encantaría que desarrollaran alergia a tales ingestas.

¿Acaso importa esto a nadie?